martes, 5 de junio de 2012

La centinela. Por Marina Genovés (versión)


Días antes del otoño, esperado por todo el mundo ya que al fin volverían sus compañeros vencedores de una guerra la cual les duró lunas enteras, la única hija del rey, Amaiké, estaba tremendamente emocionada por la vuelta de su amado, el más valiente de todos los guerreros. Ellos habían prometido casarse si él regresaba de la guerra. Así fue como, luego de pasado el tiempo de las luchas, su comprometido regresó sano y salvo. Los enamorados ya no podían esperar más tiempo para por fin comenzar sus vidas juntos. Sin embargo, uno de los integrantes del pueblo, reconocido también por excelentes participaciones al momento de luchar, estaba enamorado de la prometida de su compañero.
La envidia de este joven era tanta que la situación por la que él estaba viviendo se tornó inaguantable y fastidiosa. Un día, éste se dirigió hasta el lugar donde se encontraba el rey quien, además, no estaba a favor del casamiento de su hija con el guerrero. Fue por eso que se complotaron en un plan, justo para el día del casamiento. Habían inventado una historia, en la cual el prometido de Amaiké debía ir a defender a su pueblo, pero absolutamente solo. Amaiké aceptó la propuesta de su futuro esposo, quien le propuso que lo espere, porque él vendría para el momento del casamiento. Y así fue como él partió, de vuelta, en busca de la paz en su patria.
Algunos dicen que su compañero lo sorprendió y lo apuñaló, otros cuentan que el mismo rey le clavó una flecha directo en el corazón y que luego lo arrojaron al río, e l cual se tragaría todos los secretos del asesinato.
Amaiké, a pesar de que su prometido no volvía, seguía allí parada, con el viento acariciando su cabello, esperándolo. Pasaban las lunas, y la gente del pueblo la comenzaba a ver a Amaiké como una loca. Y con la esperanza que le brotaba de la piel, Amaiké se convirtió en una piedra, soñando con la vuelta de su amado, a pesar de que ella no estaba enterada de que él nunca más volvería.