viernes, 24 de junio de 2011

La voz de la escritura: Louis Althusser o el imperativo de decir contra la muerte. Por Yadia Parada


Muchos medios podrían elegirse para ofrecer una versión sobre un hecho que el emisor considerara trascendente, sin embargo, no caben dudas que la escritura es una de las más adecuadas a los objetivos de Louis Althusser. Quizás, ello se deba a que el importante suceso que se desea dar a conocer es la propia vida. En ese sentido, la escritura se presenta no sólo como un medio para comunicar un bíos, sino también, y pincipalmente, para la afirmación de una subjetividad que demanda ser vista en sus razones explícitas y latentes, sus causas manifiestas y oscuras, sus motivaciones conscientes e inconscientes, sus inevitables errores.
En este sentido, aparece en la escritura autobiográfica el ámbito propicio para la selección y reconstrucción – construcción del recuerdo. Es decir, por medio del filtro del recuerdo, el yo se proyecta retrospectivamente no sólo para dar a conocer los hechos que valoriza en determinadas instancias de su vida, sino también para establecer un espacio de configuración de su subjetividad, en el ejercicio mismo de escritura. Esto se evidencia cuando el autobiógrafo explicita el destinatario del texto: “Escribo este pequeño texto, primero, para mis amigos y después, si es posible, para mí”1. Es decir, la escritura posibilitaría al yo ahondar en un conocimiento de sí mismo, a la vez que exorcizar sus fantasmas nombrando, evocando y, por sobre todo, invocando.
Resulta interesante observar cómo el protagonista destaca que su propio nombre, Louis, representa un estigma en su vida, ya que, precisamente, la elección de éste por parte de su madre no fue azarosa. El autobiógrafo lo explicita así:
Cuando vine al mundo me bautizaron con el nombre de Louis. Lo sé demasiado bien. Louis: un nombre que, durante mucho tiempo, me ha provocado literalmente horror. (…) (cf. más adelante el fantasma de la estaca). (…) me despojaba de toda personalidad propia, y aludía a aquél hombre tras de mí: Lui era Louis, mi tío, a quien mi madre amaba, no a mí”2
Por el contrario, fue debido a su tío paterno, quien había sido novio de su madre. Una vez muerte éste en la guerra, ella contrajo matrimonio con su hermano, sin poder olvidar jamás al difunto, a la vez que proyectando en su hijo la carencia del ser amado: el nombre –el significante vacío- reemplazaba la presencia del yo. Por estos hechos, es que el término invocar es utilizado en su sentido etimológico de apelación, llamado a los muertos, puesto que el autobiógrafo necesita de ello para indagarse y poder responder, en parte, quién es y por qué llegó a hacer lo que hizo: matar a quien creía amar.
De esta manera, El porvenir es largo comienza con un tono que intenta objetivar la escritura, otorgar verosimilitud y no dejar lugar a dudas que se pretende brindar un relato verídico y no una mera versión de lo acontecido. Así, puede leerse:
Tal y como he conservado el recuerdo intacto y preciso hasta sus mínimos detalles, grabado en mí a través de todas mis pruebas y para siempre, entre dos noches (…) he aquí la escena del homicidio tal y como lo viví.”3
Asimismo, puede observarse que la mencionada configuración de la subjetividad a través del ejercicio de escritura se produce por medio del análisis de sucesos que son interpretados a posteriori a la luz de un marco teórico como es el psicoanálisis. Esto, no obstante, es válido para el texto de 1985 en mayor grado que para el de 1976, ya que en ambos textos autobiográficos la construcción de la anécdota se produce de manera diferente y con una proyección retrospectiva que varía. Esto puede justificarse por un importante hecho que opera en los textos: el antes y el después del asesinato de la esposa del autobiógrafo, en un brote sicótico de éste. Por su parte, en el texto anterior al suceso, aparece un sustrato teórico ligado mayormente a la reflexión en torno al marxismo. Es decir que en cada texto la línea teórica va a entramarse también de diversa manera y va a configurar diferentes espacios de reflexión: por un lado la especulación en torno al psicoanálisis, más ligada a las experiencias padecidas por el yo y con el objetivo de brindar -al lector, a sus amigos- y brindarse a sí mismo un análisis de las posibles latencias o causas no concientes, vinculadas mayormente con lo el complejo edípico que postula la teoría freudiana. Por otro, el diálogo intertextual con el discurso marxista –con respecto al que postula su tesis sobre el “antihumanismo teórico de Marx4”-, la teoría marxista propiamente dicha, la filosofía –particularmente con Sastre- y la ciencia.
En ambos texto, por lo tanto, la subjetividad se construye a través de la selección de anécdotas autobiográficas que se introducen en una trama discursiva que oscila entre la narración, la explicación y la argumentación, a partir de varias líneas de reflexión teórica. En este sentido, el texto autbiográfico publicado luego del asesinato, El porvenir es largo, recorre en extenso anécdotas que el yo selecciona, desde su niñez hasta las etapas posteriores a la muerte de Hélène y su confinamiento psiquiátrico. Es decir, la narración de las experiencias del yo en su entorno familiar, luego escolar y laboral, opera por medio de un entramado en el cual se intenta objetivizar el discurso por medio de las justificaciones que el yo desea hacer públicas. En ese gesto de distanciamiento con respecto a los sucesos y su consecuente análisis, se producen momentos de textura explicativa en los que ingresan conceptos psicoanalíticos, jurídicos y médicos. Ejemplo de ello es, en cuanto a las explicaciones que aparecen sustentadas en conceptos del psicoanálisis, la explicitación del protagonista del trauma de querer no sólo
como ya dijo Diderot, “acostarse con su madre”, sino en sentido más profundo al que debía necesariamente decidirme, para ganar el amor de mi madre, para convertirme yo mismo en el hombre que mi madre amaba tras de mí, (…) seducirla mientras realizaba su deseo”5.
O bien, las alusiones a Freud y lacan, como en: “Lacan tiene razón en insistir en el papel de los “significantes”, después de que Freíd hablara de las alucinaciones de nombres6.
En cuanto a lo jurídico, aparece la explicación pormenorizada del no ha lugar, con la utilización de un discurso propio de un texto jurídico:
En efecto, el código Penal opone, a partir de 1838, el estado de no responsabilidad de un criminal que ha perpetrado su acto en estado de “demencia” o “bajo apremio” al estado de responsabilidad puro y simple reconocido a todo hombre considerado “normal”.”7
Este discurso, no obstante, implica no sólo la utilización de una trama explicativa, como se refirió recientemente, sino también argumentativa. Así, el protagonista sostiene una dura crítica contra la opinión pública, cuya ignorancia lleva a asimilar al criminal con el loco, pero sin ver que el confinamiento que padece el loco es a veces más tormentoso que el encarcelamiento del criminal, quien una vez finalizada su condena, puede restituirse al sistema y a su vida cotidiana, sin el límite imprevisible que implica una enfermedad. En este sentido, es importante el recurrente uso de los verbos “ignorará” “no sabrá”8 para referirse al público que, en general llevado por la opinión pública, cree que él se ha beneficiado con el no ha lugar.
Por otro lado, la trama argumentativa se torna necesaria también cuando el yo autobiográfico intenta analizar, como se mencionó antes, la traumática relación con su madre como causa de complejos insuperados a lo largo de su vida. De esta manera, la selección de anécdotas parecieran justificar el padecimiento de lo que el sujeto percibe asociado al complejo que el psicoanálisis define como castración simbólica y según explicita el protagonista, como artificios e imposturas, palabras que recorren ambos textos: “los artificios propios que debía hacer que se me reconociera (aunque como impostor, pero precisamente entonces ya no tenía otra vía)”9. La conformación de la subjetividad del protagonista desde el estatuto del castrado, implica su posición como un no ser, como un objeto. A partir de allí, sus imposturas y artificios están estrechamente relacionados con su necesidad de cumplir un rol, un papel, en definitiva, construir un ser: “como el ser sin sexo que yo era, tuve que espabilarme y fabricarme un personaje de artificio”10. Puesto que las primeras anécdotas sobre su impostura están relacionadas con la escritura, cuando plagia un texto sin que su maestro no se dé cuenta, no es infundada la concepción de la construcción de su subjetividad a través de ésta: “todo lo que había conseguido en mi vida lo había conseguido con la impostura: mis éxitos escolares en primer lugar”11.
Un ejemplo del padecimiento antes mencionado puede verse cuando el protagonista narra el momento en que su madre descubre, hurgando entre sus sábanas, que se ha hecho hombre. Esta anécdota funciona, en la conformación de la subjetividad, como causa de sus posteriores traumas y como cifra de sus depresiones periódicas:
en el lugar del hombre en el que me había convertido mucho antes de que ella se diera cuenta y sin que ella tuviera nada que ver- eso es lo que me pareció, por lo menos así lo experimenté y así lo experimento aún hoy, como el colmo de la degradación moral y de la obscenidad. Propiamente una violación y una castración”12
A su vez, la anécdota presenta una destacada valoración en este texto, en el que es narrada con detalle, no siendo así en Los hechos, texto en el cual sólo aparece aludida:
había rebuscado entre mis sábanas para encontrar la huella de lo que ella creía que era mi primera eyaculación nocturna (ya eres un hombre, hijo mío), y me había puesto literalmente la mano sobre el sexo para robármelo, a sin de despojarme de él”13.
Al mismo tiempo, la anécdota mencionada emerge reiteradamente en ambos textos como una marca insoslayable que determina el tipo de relaciones que el yo establece con los otros, en particular con Hélène. A partir de allí se proyecta en todas sus relaciones con el sexo femenino, cuando relata los conflictos con las mujeres que tuvieron intenciones sobre él, ya que como él mismo consideraba, el ponerle una mano encima era padecido como violación y castración.
Como contrapartida, la marca familiar que implica la historia de su tío muerto en la guerra, primer novio de su madre, de quien, según el propio Althusser, seguía enamorada, funciona como marca negativa, como condición de su no ser, de la muerte como constante en el desarrollo de su vida. Esto último aparece reforzado por las anécdotas en las que relata la mala relación con su padre y sus posteriores intentos por ser padre de padres, maestro de maestros.
La perspectiva en que se plantea la narración a partir de la que se configura la subjetividad del protagonista difiere en Los hechos, ya que en este texto no se producen anticipaciones del destino de violencia que padecerá el yo, por lo que la prolepsis explicativa está ausente. No así en El porvenir: “Una carabina que iba a usar más delante de manera tan extraña”14; “otros choques afectivos de la misma tonalidad y violencia. Muy pronto se verá cuáles son”15; “un ser del que más adelante sólo sabría que hacía mucho tiempo estaba muerto. (…) Resulta claro que la juzgo a posteriori por sus efectos”16. En este último ejemplo se plasma la actitud interpretativa que el yo realiza sobre su propia experiencia. Siendo que, como dijimos antes, la experiencia se reconstruye desde el recuerdo, pero se construye también en y por la escritura, no es desacertado observar en estas interpretaciones del autor un gesto de reflexión metatextual. Es decir, en ese ordenamiento y dosificación de la información del anecdotario, el autor irá sacando conclusiones, así como estableciendo asociaciones sobre su vida y su subjetividad.
Por su parte, en Los hechos, las anécdotas se narran de manera más sucinta, es decir, hay una economía del relato en la que prima la brevedad del discurso. Por ejemplo, una anécdota reiterada en ambos texto, pero relatada muy resumidamente en el de 1976, es el momento en que conoce a Hélène, su primera experiencia sexual y posterior internación por demencia precoz. En este texto, las anécdotas son presentadas sin el distanciamiento necesario para el análisis, como sí sucede, por su parte, en El porvenir es largo. Por el contrario, en Los hechos la anécdota personal da paso a la materia de su labor filosófica y teórica. Así, aparece gran cantidad de observaciones en torno al marxismo, a su actividad en el P.C. en el contexto del Mayo Francés del ‘68, a su conexión con el psicoanálisis y su relación con Lacan: “además de Marx, poco filósofo, yo tenía a otro: Spinoza”17; “Había tenido sobre mí una influencia innegable (…). Yo volví a Marx, él volvió a Freud, una razón para entendernos”18; “El verdadero izquierdismo, el izquierdismo obrero, anarcosindicalista y populista, buscó cobijo en otro lado”19; “yo tropecé, a raíz del famoso “corte epistemológico” que tomé de Bachelard, con estas formaciones extrañas”20; “Todo esto ocurría cuando estaba trabajando sobre Marx”21. En estos diferentes pasajes, puede verse la gama de líneas de reflexión teórica así como metodológica: quiénes fueron sus maestros e influencias, qué conceptos toma de sus contemporáneos, desde qué teorías políticas se posiciona, cómo influyó el contexto del Mayo Francés en su revisión del marxismo.
En conclusión, puede decirse que ambos textos difieren en la construcción del relato a partir de estar inscriptos en diferentes momentos en relación con el hecho trascendental que el sujeto desea explicar en 1985: el homicidio de su esposa. Esto lo lleva a un distanciamiento, objetivización y análisis de sus recuerdos en función de encontrar y explicitar las causas que llevaron a encausar la violencia en la aniquilación de su más allegado ser. A la vez, lleva a una narración más detallada de las anécdotas y a interpretaciones prolépticas de las causas. Por lo tanto, el proceso de configuración de la subjetividad va tornándose más denso en la escritura. Es decir, el discurso se va construyendo de manera cada vez más autorreflexiva, por lo que las reflexiones teóricas pasan de ser observaciones ligadas al contexto público del autor, a estar mayormente en función de la posibilidad autointerpretativa del yo. Ligado a esto, no resulta azaroso entonces que en ese camino de configuración subjetiva aparezca, más allá de la reflexión teórica-metodológica, la contemplación de las problemáticas en torno al ser, la muerte, el dolor, la locura. En otras palabras, la necesidad del yo de decirse en la escritura no es otra cosa que el imperativo de decir contra la muerte, de engendrar la voz que lo haga ser para sí y para el otro y, en lo posible, le devuelva -tal como un espejo- una imagen que lo satisfaga.


Bibliografía


Althusser, Louis, El porvenir es largo. Los hechos. Destino, Barcelona, 1993.



1 Althusser, Louis, El porvenir es largo. Los hechos. Destino, Barcelona, 1993, 30.
2 Ob. Cit., 57.
3 Ob. Cit., 27.
4 Ob. Cit., 235.
5 Ob. Cit., 79.
6 Ob. Cit., 91.
7 Ob. Cit., 31.
8 Ob. Cit., 39.
9 Ob. Cit., 127.
10 Ob. Cit., 481.
11 Ob. Cit., 480.
12 Ob. Cit., 73.
13 Ob. Cit., 480
14 Ob. Cit., 68.
15 Ob. Cit., 55.
16 Ob. Cit., 78-79.
17 Ob. Cit., 442.
18 Ob. Cit., 441.
19 Ob. Cit., 471.
20 Ob. Cit., 473.
21 Ob. Cit., 481.