lunes, 20 de junio de 2011

El proyecto nacional sarmientino: el desafío de lo desconocido. Por Yadia Parada


...et vidit Deus lucem quod esset bona et divisit lucem ac tenebras
Génesis 1:4

Es común pensar en el proyecto de Nación ideado por Sarmiento como una lucha de opuestos. En este sentido, todos somos conocedores de una mentada fórmula cuya magnitud ha sido mermada y anquilosada, a través de los años, dada la descontextualización que se ha hecho de ella. Si bien el propio Sarmiento enunció su concepción de la realidad como la oposición entre la civilización y la barbarie, su percepción de la misma fue mucho más compleja y enriquecedora. Puesto que, dado el contexto en el que Sarmiento ensaya su análisis sobre la situación de la -aún no consolidada- Nación, era absolutamente necesario y urgente la construcción ideológica y la enunciación de un bastísimo territorio que, hasta entonces, había estado poco menos que hundido en la oscuridad, es decir, en el silencio.
Similar al gesto de Cristóbal Colón en el punto en que no descubre sino que, lejos de eso, crea la Indias americanas por medio de su discurso, interpretando a partir de lo que conoce, dando nombres a lo ya nombrado, otorgando un estatuto letrado y jurídico a la nada que constituía -según la idiosincracia burocrática occidental- lo que no estaba escrito, Sarmiento logró captar positivamente que no bastaba la mera representación de una realidad. Si el objetivo consistía en modificarla, muy por el contrario, era imperativa la construcción de la misma mediante uno de los instrumentos que mejor supo manejar: su lengua materna. Así, construir mediante la enunciación y llevar la enunciación a lo pragmático constituyó en nuestro autor una necesidad y una urgencia suscitada por su carácter visionario de la Historia. Más allá de las incongruencias que pueden suscitar una mirada retrospectiva y anacrónica, volver a contextualizar el pensamiento de Sarmiento hace surgir su gesto de íntima coherencia: el fiat lux con el que intentó dar a la Argentina un origen.
         De esta manera, resulta interesante observar de qué manera nuestro autor torna original la mencionada fórmula -civilización versus barbarie-, que, en la superficie, pareciera ser un trasplante de realidades ajenas a la americana, pero que, sin embargo, resulta proteica mediante su enunciación exhaustiva. En ella, surge un concepto central, y quizás dejado de lado en pos de la institucionalización del prócer: el caos. Este elemento presenta a la escritura sarmientina como una práctica experimental en donde cualquier molde es puesto a prueba, llevado al límite y sometido a una lupa crítica. Así, un análisis sobre la construcción discursiva del caos en Facundo podrá dar cuenta que la escritura concebida como una práctica significante, un instrumento de lucha, un campo de construcción, y no un simple modo de plasmar una realidad dada de antemano, es capaz de desordenar estructuras fijas para dar a luz a nuevos modos de pensamiento.

El caos fundante
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria?
(J. L. Borges)
        El binomio “civilización-barbarie” aparece en el texto como un constructo ideológico, un operador semántico dicotómico a partir del que el autor piensa la realidad argentina en todas sus facetas: tanto la social, como la cultural, política, económica. Este binomio es presentado como una antinomia irresoluble, siendo una antítesis no dialéctica, es decir que, en un sentido hegeliano, su síntesis es imposible, puesto que sus términos son excluyentes. Cada uno de estos términos delimitaría un sector o ámbito socio-político, ideológico y económicamente no sólo distinto sino también opuesto al otro. Es decir que, en un principio, estos términos se caracterizarían por la negativa. Sin embargo, es posible ver que discursivamente aparece un vector que atraviesa ambos términos y torna indefinido o indiscernible el límite entre ambos: la construcción discursiva del caos. En este sentido, se vuelven difusas las características exclusivas o privativas de cada sector, provocándose un desplazamiento constante de sentidos de un ámbito a otro.
El caos se construye discursivamente a partir de sustantivos, adjetivos y verbos que configuran un campo semántico, donde podemos diferenciar un grupo de sustantivos referentes a lo natural y telúrico, elementos y fenómenos de la naturaleza: vorágine, volcán subalterno, lavas ardientes, torbellino fatal, matorral rastrero, sacudimientos convulsivos, desplome de las montañas, cataclismo. Un grupo de verbos de movimiento que connotan lo asistemático: se revuelcan, se agitan , se chocan, desentrañar, desenmarañar, agitándose, removerse. Un grupo de sustantivos con la misma connotación: vueltas y revueltas, convulsión interna, convulsión política, oscilación. Connotación de lo indefinido, lo ininteligible: eco confuso del pueblo, rumores extraños o bien lo desordenado: masa, montonera, elementos de desorden, hordas. Un prolífico sistema de adjetivos que implican lo animal: originalidad salvaje, carácter feroz. Lo no clasificado o no pasible de clasificación: sin nombre, no explorado ni descripto, elementos contradictorios, justicia sin formas, horizonte incierto, vaporoso, indefinido, hábitos desordenados, instinto ciego, indefinido, rudeza selvática, intrincado laberinto, indisciplinado. Un grupo de sustantivos y adjetivos en relación a lo mítico, lo irracional: maléfica influencia, fisonomía primitiva, poder americano, fuerza invencible
A partir de esta construcción, se califican indistintamente como caóticos hechos o elementos de muy distinta índole, básicamente: la situación política de la república, lo consuetudinario y su relación con los tipos sociales, lo relativo al medio, al ámbito geográfico y de la naturaleza, la labor escrituraria del propio sujeto de enunciación.
En este último punto es donde resulta evidente un desplazamiento de sentido de lo concebido como civilización, que, como expresa Feinmann, responde a las ideas de orden y valor. Entonces, si bien la escritura debiera ser la labor y arma que ordena, clasifica, ilumina y aclara el caos, es ella misma calificada como caótica: escritura caótica, trabajo precipitado, fruto de la inspiración del momento, sin el auxilio de documentos, obra tan informe, mal disciplinada concepción, fárrago inmenso de materiales de cuyo caos saldrá un día la historia de nuestra patria; ligeros apuntes, borradores.
Es a partir de esa estrategia como el propio sujeto se crea y se posiciona en un espacio que lo habilita para el uso salvaje de la cultura, como expresa Piglia en Notas sobre Facundo. En este sentido, este sujeto se posiciona entre la civilización y la barbarie, en un espacio que intenta legitimar a partir de mecanismos específicos, como son la traducción irreverente, nacionalización, apropiación, corrosión de la cultura europea como representante de la civilización, por un lado. Y por otro, del intento exhaustivo de decodificar el sistema y el saber propio de la barbarie. Roig, en El facundo como anticipo de una teoría del discurso, destaca la barbarie como un lenguaje: el bárbaro ha codificado la naturaleza en su lucha contra ésta.
Ramos, en Saber del otro: escritura y oralidad en el facundo de Sarmiento, ve como causa de que la labor del pobre narrador americano tenga los atributos propios de la barbarie: indisciplinada e informe, al hecho de que escribir es transcribir la oralidad, es mediar entre la civilización y la barbarie, con lo que se representa otro tipo de autoridad intelectual, diferente de la europea. Él habla de un lugar subalterno en Sarmiento, pero en rigor, no sería tal en cuanto el autor logra efectivamente legitimar ese espacio en el poder.
Con respecto al tema de si tuvo plan o no el texto, pueden distinguirse diferentes posiciones críticas: por un lado, Martínez Estrada en Sarmiento dice que “la impresión que nos deja de bosquejos incoherentes de una obra no realizada: porque no estaba organizado para la meditación sino para la acción, no meditó ninguno de los temas que expuso”, es decir, que el texto no tuvo plan alguno.
Por otro lado, Barrenechea, en Estudios sobre el Facundo, expresa que si bien Sarmiento no fue creador puro, sino luchador, fue un escritor nato que sabía lo que quería hacer y cómo lo quería hacer. Ella postula la existencia de una Estética de lo espontáneo en Sarmiento: habla de un lenguaje conversacional, directo, que se vuelca en la narración; se vuelve sobre lo dicho y finge corregirse para realizar aún más la espontaneidad de su pluma. Ramos también hace alusión al gesto de espontaneidad de Sarmiento, que era necesario para representar el mundo nuevo: legitimar un saber diferente, medio bárbaro.
Barrenechea expresa que a pesar de insistir en su improvisación, se evidencia la importancia que da al plan de la obra: Plan intuido: se lo recuerda a cada paso al lector. Visión abarcadora del la obra toda: “Lo importante no es que Sarmiento haya redactado su libro con una armazón consciente y calculada. Lo singulares que haya sentido la necesidad de incorporar a su obra el comentario de cómo la realizaba”, es decir que hay una constante en el texto que es el Metadiscurso. Eso se implicita en una trampa autoral cuando dice “desembarazado de las preocupaciones que han precipitado la redacción de esta obrita, vuelva a refundirla en un nuevo plan” en la “Advertencia del autor”, es decir que había tenido anticipadamente un plan previo.
En conclusión, puede plantearse la cuestión del caos en relación a la dificultad discursiva de describir lo que no se conoce, lo que implica una posición del sujeto de enunciación frente al lenguaje con el que trabaja que marca una constante en la tradición literaria argentina desde sus primeros antecedentes; esto llevaría al discurso a un plano donde se evidencia la falta de rigor, a la indeterminación, a la desmesura, a la fabulación. Como dice Saer, en El escritor argentino en su tradición, la tradición Argentina se forjó en la incertidumbre, la violencia, el caos y muchas veces hizo de ella su materia.