viernes, 24 de junio de 2011

La escritura como pre-texto en Jean-Paul Sartre: del relato autobiográfico al existencialismo. Por Yadia Parada



Para comenzar, el texto de Sartre, Las palabras1, es una autobiografía clásica. Según la clasificación efectuada por Philippe Lejeune2, en la autobiografía autodiegética, el nombre propio tiene una importante función, puesto que “en ese nombre se resume toda la existencia de los que llamamos el autor: única señal en el texto de una realidad extratextual indudable”. En él “es donde persona y discurso se articulan antes incluso de articularse en la primera persona”3. Así, el hablante textual es identificado como el autor, que refiere al sujeto verificable extratextualmente. Este aspecto establecería el llamado “pacto autobiográfico”, por medio del que se produce “la afirmación en el texto de esa identidad, y nos envía en última instancia al nombre del autor sobre la portada”4. A su vez, en la autobiografía que nos concierne, las categorías de autor textual, narrador y protagonista coinciden en una misma identidad. Esta identidad es asumida por parte del autor, cuya “existencia queda fuera de duda”5. Este hecho establece explícitamente el pacto autobiográfico con el lector, que realizaría a partir de allí una determinada lectura que define al género en cuestión, transformándolo en un “género contractual”6.
En primera instancia, puede discernirse en el relato el presente de la escritura -1963- desde el que se narran los hechos retrospectivamente. Es importante destacar que la narración no comienza con el -o algún- inicio de la vida del sujeto autobiografiante, sino que se retrotrae a 1850 para establecer su linaje a partir de la familia Schweitzer. Este dato no es menor si lo consideramos como parte de la construcción del relato selectivo que el sujeto de enunciación textualiza para posicionarse básicamente como un intelectual. Este primer acercamiento al texto nos lleva a poder formular una hipótesis de lectura. Ésta radica en que la autobiografía de Jean-Paul Sartre funciona como un pretexto para sentar las bases del sistema filosófico que sustentará el autor: el existencialismo. En este sentido, el pre-texto es literalmente la escritura donde se plasmarán de manera germinal los conceptos que constituirán los ideologemas estructurantes del mencionado sistema. A la vez, como ya se explicitó, el discurso autobiográfico tendría como objetivo construir un sujeto cuya característica central es la intelectualidad como razón y función de ser. De esta manera, todo hecho que se narre tenderá a constituir por un lado, los postulados existencialistas, y por otro, la posición intelectual del yo. Dicho de otro modo, el bios –es decir, la reconstrucción de la vida como forma de comprensión de los principios organizativos de la experiencia- tendrá la función de estructurar o conformar ficcionalmente un pasado que sustente el estatuto del sujeto de enunciación y su posición ideológica, en relación con el momento presente en el que escribe.


Sin coartadas: La vida familiar o anecdotario de un despojado

Esto se desarrolla en la narración a través de diferentes aspectos. Uno de ellos es la manera en que se plantea la relación con su padre, al que pierde de muy pequeño. Este hecho es interpretado por Sartre como un estado de orfandad, es decir, desde niño él es el huérfano, el que está solo. En este sentido, la venta de libros que heredó de su padre puede verse como una cifra de la concepción existencialista acerca del despojo, la nulidad de la herencia, el estar solo, el venir sin rastros previos, sin ningún a priori.
Asimismo, el tipo de vinculación que el autobiografiante establece con Dios sirve también para sustentar concepciones ideológicas: “en el Dios al uso que me enseñaron no encontré el que esperaba mi alma; necesitaba un Creador y me daban un Gran patrón”7. Esta relación peculiar implica concepctos tales como la nada, la soledad, una concepción particular del materialismo, así como un sentido de lo espiritual. En ese sentido, opone la creencia a partir de la fe a la creencia puramente intelectual. Por su parte, la posición intelectual del yo se instala desde muy temprana edad, a partir de la figura del niño profeta: él es el que tiene un saber especial “sé decir cosas 'por encima de mi edad' (...) hago auténticos oráculos y cada uno los entiende como quiere”8. Para decirlo con otras palabras, aparece una línea de configuración del personaje a partir del discurso religioso: es un ungido, un clérigo: “tengo la unción de los príncipes de la iglesia”9.
Por otro lado, lo sagrado se resemantiza inmediatamente en función de un objeto que define como parámetro en su vida, es decir, el libro: “empecé mi vida como sin duda la acabaré: en medio de los libros”10. Asociado a esto, la metáfora del libro como piedra y monumento permite el entronque entre la figura del mártir con la actividad en el campo intelectual. Luego la metáfora se amplía y el libro funciona como una cifra de la vida: “todo un libro para que en él apareciese este episodio de nuestra vida profana”11. Cabe destacar la importancia del relato acerca del comienzo del ateísmo del protagonista, puesto que se efectúa a partir de una frustación intelectual, en vez de espiritual, cuando su ensayo sobre la Pasión no obtiene más que una medalla de plata12. En este sentido, puede observarse cómo la religión se concibe de manera heterodoxa, se vacía del significado estatuido para pasar a ser algo propio: “mi religión: nada me parecía más importante que un libro”13.En cuanto a sus relaciones familiares, su abuelo funciona como el principal referente, justamente porque era “un artesano especializado en la fabricación de objetos santos”14, puesto que ser humanista y profesor era sinónimo de ser clérigo.
Por su parte, la relación con su madre postula la inversión-anulación de jerarquías, la falta de disciplina, la ausencia de estructuras impuestas como mandato, lo anárquico. Este último término debe entenderse en un sentido acotado: lo anárquico para el autor se relacionaría con la idea de que ningún tipo de sistema puede justificar ni excusar el accionar individual, por lo que que expresa que “al carecer de coartada, caí en mí mismo”15. En este sentido, se explicita la percepción de la madre como otro, ya sea como una extraña o bien como una chica a la que debe proteger, hecho que se ve reforzado por el gesto de llamarla por su nombre de pila: “Al morir mi padre, Anne-marie y yo nos despertamos de una pesadilla común”16. Esta niñez caracterizada por lo asistemático y fuera de la norma cristaliza luego en uno de los pilares ideológicos del protagonista, el cual explicita que “Nunca en mi vida he dado una orden (...) no me enseñaron a obedecer”17. En esta cita, se aprecia la importancia de la propia voluntad, del hacer a conciencia por sobre lo impuesto o determinado. Ideologemas como voluntad y conciencia serán imprescindibles luego para el sistema de pensamiento existencialista que profesa el autor.
Asimismo, en torno a la relación con su madre se instala la idea del venir arrojado al mundo. Tal es así, que el discurso adquiere un tono omnipotente que roza lo hiperbólico, al ponerse irónicamente en entredicho cuestiones básicas como su ascendencia: “¿De verdad he nacido de ella?”18. En este enunciado debe leerse también el gesto de ideológico de postularse un despojado, él es el que viene sin huellas porque su existencia no está predicha ni predeterminada por cosa alguna. Esto se observa también en el hecho de no acatar la norma cuando relata su fracaso con la ortografía, cuestión que, sin embargo, no lo determina negativamente: “mi fracaso no me afectó en absoluto: yo era un niño que no sabía ortografía, y nada más”19. En este sentido, desentender el canon desde la niñez implica la necesidad de una construcción y una búsqueda de parámetros personales, para llegar a ser lo que se es y no otra cosa.


Del niño mártir al héreo épico

La construcción de Sartre como personaje puede entenderse como textualización tanto de lo que él considera ser lo que no se es -del hombre como ser de ceremonias, la mala fe- como de lo que subyace en esa concepción: que todo hombre instituye su propio ser y que, no obstante, éste no es inmutable. En este sentido, resulta interesante observar algunas líneas de su configuración que ilustran cierta transformación desde una posición un tanto contemplativa de la vida –el clérigo, el mártir, el incomprendido- a una relacionada con el accionar –el héroe épico-. Sin embargo, ambas están ligadas por el ideologema intelectual, que no abandona al personaje ni en su plena concepción de la necesidad del actuar comprometido, sino que, por el contrario, funciona como redefinitorio de las posiciones en los campos intelectual, político y social.
Con respecto a este tema, puede obserarse que la línea de configuración del personaje se establece a partir del discurso literario. En este sentido funcionan, puntualmente, tanto la mitología griega cuanto la cosmovisión épica. Ejemplos de ello se plasman en los siguientes pasajes: “la alta Ariadna que volvió de Meudon con un hijo en sus brazos”20; “¿Soy, pues, un Narciso?”21; “mis proezas (…) yo volvía a caer en el tiempo sin memoria de los huérfanos de padre, de los caballeros errantes (…) héroe o escolar”22. A su vez, esta retrospección permite al sujeto definirse desde el presente de la enunciación y delimitar, a partir de éste, su posición e influencia en el campo intelectual: “era el hijo de un milagro. Sin duda de aquí proviene mi increíble ligereza. Ni soy un jefe ni aspiro a serlo”23.
Con respecto a lo mencionado acerca del hombre como ser de ceremonias, aparece la idea de la vida como el desarrollo de un rol escénico, por lo que se tornan recurrentes los lexemas provenientes del género dramático, tal como comedia, juego, aparición, papel, impostor, entre otros. Asociado a esto, se menciona a su abuela como la única persona que no cree en el papel que despliega el niño Sartre: “me censuraba abiertamente la farsa”24. Por su parte, la concepción de la propia existencia como proceso y producto del propio sujeto lleva al extremo las ideas anteriormente aludidas: “no paro de crearme; soy el dador y la donación”25. Sin embargo, en este último gesto se evidencia un sentido positivo de ese hacerse: la ceremonia da paso a las posibilidades del ser. Respecto de la idea del personaje, se observa que ésta entra en relación con una concepción más general que es la de la vida toda como una construcción, un relato, un mito: “que La Verdad y la Fábula son lo mismo, que hay que jugar a la pasión para sentirla, que el hombre es un ser de ceremonias”26. Sumado a ello, la idea de la farsa se complejiza y se torna recursiva al explicarse que la impostura se daba por partida doble, lo cual extrema aún más la autoconfiguración del sujeto: “fingía ser un actor fingiendo ser un héroe”27.


La literatura como vía de conocimiento: la problemática de la representación

La literatura no sólo aparece como un medio de configuración del personaje sino también como una vía de conocimiento, por medio de la que el sujeto aprehende el mundo. Esto se explicita, por ejemplo, cuando el sujeto enuncia que “Amante aún no era más que una palabra tenebrosa que encontraba con frecuencia en las tragedias de Corneille”28.
Su inicio en la literatura de produce paradójicamente antes de saber leer, instalándose con él también la problematización de la representación, cuando la curiosidad del niño lo lleva a diferenciar la palabra de la cosa: “Yo pregunté, incrédulo: ¿Están ahí dentro las hadas?”29. Esta problemática se explicitará más adelante como un sostén para su escritura, por lo que el intelectual es creativo y creador de la realidad: “el Universo se escalonaba a mis pies y todo, humildemente, solicitaba un nombre; dárselo era a la vez crearlo y tomarlo. Sin esta ilusión capital, no habría escrito nunca”30. De esta manera puede verse cómo, desde la perspectiva del autor, la idea del demiurgo enlazada perfectamente con la del despojado. En otras palabras, el hombre es capaz y responsable de crear, porque nada le es dado a priori.
Al mismo tiempo, la primera escena de lectura entra en relación con la problemática de la dicotomía yo-otro, ya que es su madre la que lee. Sin embargo, esa situación iniciática lo marca, lo transforma, se reconoce como otro luego de ella. Asimismo, se enfatiza el autodidactismo como característica que refuerza la orfandad del sujeto, la falta de herencias: “recorrí una tras otra todas las páginas; cuando volví la última, ya sabía leer”31. La brevedad y concisión con que se narra la escena aparece reforzada por la sintaxis simple, que escapa a la recursividad. El efecto de lectura que esto produce, permite implicar la idea de un aprendizaje inmediato, casi instantáneo, sin la ayuda de terceros. Por otro lado, semánticamente, la escena se ve reforzada por el título del libro que lee: Sin familia. Es decir que la elección de la narración de la escena iniciática en la niñez entra en diálogo con la figura del desheredado. Este hecho es llevado al extremo hiperbólica y cómicamente en el siguiente pasaje: “había aprendido a leer solo, escribía novelas; como último argumento reveló que había nacido de diez meses: más cocido que los demás, más dorado”32.


La existencia como predecesora: de la predestinación a la afirmación del yo

Siempre he preferido acusarme que acusar al universo;
y no por sencillez, sino para no depender más que de mí”33

Através del recorrido de lectura realizado, puede afirmarse que la autobiografía de Sartre funciona como una suerte de relato-muestrario que cristaliza concepciones básicas de la ontología existencialista. En ese marco, se delimita la posición del yo como un intelectual que propende a la acción, que es responsable, y por lo tanto culpable, de cada una de sus decisiones. Como consecuencia, la voluntad y posibilidad de decidir lo configura existente y pasible de transformarse a sí mismo.
A su vez, se observó cómo en la narración fueron coagulando ideologemas centrales del existencialismo: absurdo, angustia, nada, solo, voluntad, responsabilidad, conciencia, accionar. Todos lexemas que se van cargando semánticamente a medida que avanza el texto, construyendo al protagonista a la vez que al tono del discurso que lo identifica.
Como conclusión, el relato autobiográfico como pre-texto condensa un bios que explica y justifica al sujeto de enunciación en el presente de su escritura, sin escatimar recursos para dar a conocer que su yo llega a ser por medio de su experiencia y la construcción que la representa retóricamente.



Bibliografía

Lejeune, Philippe, “El pacto autobiográfico”, en Suplementos anthropos/29. La autobiografía y sus problemas teóricos, 1991.

Sartre, Jean-Paul, Las palabras, Losada, Bs. As, 2005 [1964].

1 Sartre, Jean-Paul, Las palabras, Losada, Bs. As, 2005 [1964].
2 Lejeune, Philippe, “El pacto autobiográfico”, en Suplementos anthropos/29. La autobiografía y sus problemas teóricos, 1991, 48-60.
3 Ob. Cit., 51.
4 Ob. Cit., 53.
5 Ob. Cit., 51.
6 Ob. Cit., 60.

7 Ob. Cit., 85.
8 Ob. Cit., 28-29.
9 Ob. Cit., 31.
10 Ob. Cit., 36.
11 Ob. Cit., 41.
12 Ob. Cit., 89.
13 Ob. Cit., 53.
14 Ob. Cit., 39.
15 Ob. Cit., 95.
16 Ob. Cit., 17.
17 Ob. Cit., 20.
18 Ob. Cit., 21.
19 Ob. Cit., 68.

20 Ob. Cit., 17.
21 Ob. Cit., 36.
22 Ob. Cit., 112.
23 Ob. Cit., 20.
24 Ob. Cit., 31.
25 Ob. Cit., 30.
26 Ob. Cit., 75.
27 Ob. Cit., 121.

28 Ob. Cit., 48.
29 Ob. Cit., 40.
30 Ob. Cit., 54.
31 Ob. Cit., 43.
32 Ob. Cit., 187.
33 Ob. Cit., 199.