miércoles, 4 de abril de 2012

La clave está en los detalles

Un amigo me comentó alguna vez sobre una mujer que trabajó un tiempo con la Madre Teresa de Calcuta, y le había contado una que otra anécdota. Entre las historias que recordaba, una me llamó especialmente la atención. Al parecer hubo un tiempo en que estuvieron trabajando en cierto lugar en el que eran algo comunes unas mandarinas pequeñas. Todos los días le acercaban a Teresa una canasta con estas frutas, y ella pasaba un rato pelándolas para luego comerlas. Lo curioso es que luego confesó que no le gustaba mucho el sabor de las mandarinas. Sorprendida, la mujer que mi amigo conoció le preguntó por qué entonces pasaba tanto tiempo quitándoles la cáscara. ''Para cultivar la paciencia'', respondió Teresa.

No deja de fascinarme las relaciones que uno puede encontrar prácticamente todos los días. Venía con ganas de despejar mi cabeza un poco con unas líneas y ayer viendo un rato de tele (lejos de casa, de viaje) me llegaron un par de ideas. Claro está que de tener una idea a darle forma hay una diferencia. Ahora, hace apenas unos minutos, sentado y tratando de darle un cuerpo a dichas ideas, en una conversación con una amiga con la que charlamos a través de unos mensajes anoche luego de ver ese rato de tele, de alguna forma surgió el tema de los sueños, y en particular de los sueños locos. En seguida se me vino a la cabeza uno de mis sueños más locos, muy bien guardado.

Yo estaba en la puerta de la casa de una familia amiga, que queda a unos metros de la esquina. Al mirar al costado veía a un amigo parado en la esquina, con cara de preocupado. De la nada se largaba a llover, y un charco se hacía más y más grande. De alguna forma, mi amigo empezaba a adentrarse al charco, a pesar de ser un simple y poco profundo charco de calle. Su preocupación se convertía en desesperación al caer al suelo y se quedaba quieto mientras parecía ser arrastrado hacia el charco. De repente aparecía un cocodrilo que lo agarraba del pie y quería engullirlo como haría una serpiente. Mi amigo permanecía quieto, de modo que yo corría hacia el cocodrilo y empezaba a pegarle mientras le decía: ''¡Cocodrilo pelotudo! Soltá a mi amigo''.

Como no podía ser de otra forma, desperté riendo por lo delirante del sueño. Luego, al contarle todo a mi amigo, reíamos juntos al hacer chistes sobre lo que podría significar. Jamás pensé que algo podría afectar nuestra relación, pero unos cuantos meses después se enojó conmigo y dejó de hablarme. Hoy todavía no se solucionó el problema, que para empezar nunca supe cual era. Hoy, sobre todo, lo extraño.

Cambiando de tema, y no tanto, intento retomar mi idea. La semana pasada me sucedió algo medio loco, aunque no sale de la clase de cosas que me suelen suceder. Como no quiero extenderme demasiado y realmente no viene al caso, no voy a detallar la situación, pero sí confesar que por unos segundos me asusté. Luego, perdido en mis pensamientos, me atacó el temor a estar perdiendo el tiempo. Mejor dicho, no sé si perderlo, pero al menos no aprovecharlo más. Reconozco que se me cruzaron los rostros de varios amores y desamores. ¿A qué me refiero con no aprovechar el tiempo? Pues supongo que no es difícil de comprender, pero hablo de tener la seguridad (por más que sea temporal) de que una cierta personita es con la que el mundo quiere que compartas una unión, un lazo especial, y hacer oídos sordos a ese llamado, o esquivarlo por miedo a...

Inmediatamente, me puse a recordar situaciones, mensajes, llamadas, abrazos, caricias, cafés, mates, miradas, palabras dulces, susurros, sueños compartidos, cumpleaños, cartas, regalitos, golosinas, risas y algún que otro beso. De alguna forma, con la mayoría de las chicas con las que sentí en algún momento esa extraña seguridad llegué a entablar una linda amistad. Con otras, aún no es posible. Con ninguna me arriesgué lo suficiente para pasar de la amistad, creo. De cualquier forma, quedé maravillado por la forma en que simples recuerdos me hicieron brotar tan lindas sonrisas y ese inconfundible calorcito de felicidad en el pecho.

Y muchos podrían preguntarse: ''¿Felicidad? ¿Siendo todos desamores?'' Y es que la clave está en los detalles. Ellos pueden hacernos perder la cabeza, o enseñarnos más de lo que creemos. Quizás sean lo más sencillo de olvidar, y seamos capaces de ubicar con precisión solo los eventos más significativos de los años que pasan, pero son los detalles los que nos motivan a seguir viviendo. Perdón, a seguir VIVIENDO. A grandes rasgos yo puedo bien decir que la mayoría de mis relaciones amorosas fueron desamores porque, por así decirlo, los sentimientos surgieron a destiempos, es decir, no hubo coordinación. Sin embargo, por más raro que parezca, el amor no correspondido de una chica hacia mí y mi consecuente amor no correspondido hacia ella, o viceversa, a lo largo de días, horas, minutos, o incluso unos pocos segundos, fueron testigos de momentos de felicidad plena. Son situaciones algo difíciles de describir y que sumando segundo a segundo forman lo que, lejos de ser un sueño, es una profunda realidad que se convierte en el motor del propio universo. Recordar esos detalles, esos segundos de felicidad plena, alimentan la esperanza de volver a vivirlos un buen día.

¿Cómo se relaciona todo ésto con mi sueño? Pues yo creo que las amistades son también relaciones amorosas, y del amor más puro. La clave está en los detalles y allí encuentro la conexión entre todo. Hay amigos muy cercanos, amigos a escondidas y amigos enojados. Ninguno deja de ser amigo, y todos forman parte de uno. Los detalles y los recuerdos hermosos son los que dan fuerza para no aflojar en momentos difíciles, y es fundamental no dejarse consumir por esa horrible sensación de pérdida de tiempo. Creo firmemente que todo tiene un sentido, un para qué. El tiempo se aprovecha mejor cuando no se está tan preocupado por él, y es justamente en los momentos difíciles cuando el mundo nos da una bellísima oportunidad de aprovecharlo al máximo y, casi sin darnos cuenta, aprender a pelar unas cuantas mandarinas.