lunes, 9 de abril de 2012

En lo secreto

Tengo que rendir un final bastante pesado. Por lo tanto, para no cortar la racha, me ataca la necesidad de acomodar ideas. Supongo que siempre me pasa lo mismo porque después de un rato de estudiar, o por lo menos intentarlo, me aburro fácil y mi cabeza vuela a cualquier lado. Por si fuera poco, los golpes de la vida quitan las ganas de, bueno, de casi todo. Hoy le contaba a mi hermana acerca de mi preocupación por el hecho de que, si estando ''de vacaciones'' me está costando mucho levantarme de la cama, no sé qué voy a hacer cuando empiece a cursar. Menciono esta situación porque, aunque hace años que padezco casi todos los días la falta de ganas de levantarme para poder seguir durmiendo, no me resulta tan familiar la falta de ganas de levantarme. Punto.

Tampoco logro comprenderlo, es decir, el no hacer (y no es que no ande ocupado, pero no tanto como de costumbre) me conduce a pensar más, y en un bajón pensar más puede ser bastante desmotivante. Hace algunos días leí en algún lado una frase que, creo yo, a muchos se nos ha cruzado más de una vez: ''Quiero desaparecer''. Lo curioso es que, acomodando un poco la ensalada de-mente, caigo en cuenta que no acostumbro hacer ''lo que quiero''. O sea, es cierto que muchas de las decisiones que tomo son parte de proyectos a futuro y no tan futuro, anhelos, sueños, o como puedan llamarse, pero más cierto aún es que pocas son cómodas o representan ''lo que quiero'' o ''lo que me da ganas''. A lo mejor no llego a sentirme cómodo por mi innata inquietud (que no es impaciencia, vale aclarar). Como sea, simplemente tiendo a actuar conforme a lo que considero correcto y no según ''lo que quiero''. Por lo tanto, volviendo a la idea, por ratos ''quiero desaparecer''. En seguida aparece la imagen de un desierto.

Desierto. Suena parecido a desolación pero, desde cierto punto de vista, no podría oponerse más. Claro está que el desierto tiene reputación de tener poca vida, pero es bien sabido que no se puede juzgar basándose solamente en la reputación. Para muchas personas un desierto puede resultar indeseable. Pocas precipitaciones, calor o frío extremos, monotonía, silencio, etcétera, y tomemos también desolación (como soledad absoluta). Pero además, el desierto encierra, cuanto menos, dos grandes misterios. El primero, ya lo he detallado, y es la lección a prestar atención a los detalles. El segundo, relacionado íntimamente, radica en la profunda realidad de que, en verdad, sólo está solo el que quiere estarlo.

¿Cómo puede ser ésto? Pues en todo ámbito de nuestro propio mundo, así como en el desierto, hay vida, que a lo mejor está escondida porque nosotros la alejamos, o bien no somos capaces de verla por no prestar atención. Por supuesto que pueden aparecer espejismos frustrantes. Por supuesto que por momentos nos podemos sentir perdidos sin saber qué dirección tomar. Por supuesto que podemos llegar a sentirnos solos. No hay necesidad de desesperarse, cuando existe la posibilidad de detenerse a admirar el paisaje que guarda belleza en lo secreto.

En un momento de desierto, se presenta la maravillosa oportunidad de fortalecerse y hallarse a uno mismo en lo profundo del corazón. ¿Y cuando uno no sabe hallarse? Incluso en ese desierto (bajón), aún tratando de aislarse y llegando a sentirse hasta cierto punto en soledad absoluta, muy difícilmente, si es acaso posible, no haya aunque sea una persona que se preocupe; una persona que vele de cerca por uno; una persona que, quizás medio escondida, atesore la respuesta para retomar el camino de vuelta a casa. A veces basta una palabra. A veces basta una sonrisa. A veces basta una mirada. A veces basta amar en lo secreto.