lunes, 5 de marzo de 2012

¡A brillar se ha dicho!

Parece fantástico que muchas de las estrellas que miramos cada noche ya no existan. Sucede que muchas están tan lejos que el día que mueran ese último aliento de luz que irradien tardará muchísimo tiempo (hasta millones de años, incluso) en llegar a nuestro cielo. Es maravilloso que hay un sinfín de estrellas brillando, y algunas hasta se animan a hacerlo juntas. Más hermoso, todavía, resulta pensar que también nosotros podemos brillar y hacer que, más allá de las distancias y del hecho que quizás no estemos para presenciarlo, nuestra luz llegue al corazón de alguien, algún día.

Mañana rindo un parcial. No deja de llamarme la atención el hecho bastante común que, cerca de algún examen importante, pase algo que haga que mi cabeza salga despedida hacia... ¿quién sabe? Son tantas cosas que se me pasan por el bocho, y yo sin saber qué hacer. Por momentos quiero salir a correr; por momentos sólo desaparecer. De a ratos, volver al año pasado, o quizás tan sólo a un ayer. Siento ganas de romper cosas, de gritar, o de largarme a llorar; putear a alguien de arriba a abajo, pienso, sería ideal. Pero no... No. Entonces trato de ordenar aunque sea un algo del todo que me martilla, porque el crónico dolor de cabeza es un grito de ayuda de mi inconsciente por ponerme a escribir. Después de todo, de nada sirve estudiar cuando no tengo más lugar.

La pregunta es la de siempre, con algunos detalles diferentes: ¿qué hice para tener que pasar por ésto? Si algunas personas me tratan tan mal, llego a creer que me odian. Y si es así, ¿por qué? Pienso, repienso y revuelvo cada idea, cada recuerdo, tratando de encontrar respuestas. Algún que otro día casi llegan a convencerme de que soy una mala persona, e incluso llego a inventar algo que no hice, para justificar dicho maltrato. Verás, estas personas no sólo están cegadas de bronca o rencor, sino que se niegan a decirme la razón. Me resulta curioso porque quienes se jactan de vivir en el Amor deberían hacer lo posible por ayudar a toda persona a crecer, y si realmente soy tan desastroso, lo menos que podrían hacer sería marcarme errores. Sin embargo, no lo hacen, lo que me lleva a la conclusión de que, o no saben el motivo de su enojo, o tienen miedo de enfrentar la realidad de un error propio al juzgarme sin juez, evidencias ni saber. El tema es que también termino pensando que esta idea es quizás muy idealista, en el sentido de idealizarme a mí mismo, buscándome justificaciones o excusas (que no son lo mismo), y existe la posibilidad de que realmente yo haya hecho las cosas tan mal. Pero, entre contradicciones, termino volviendo a la realidad, y me doy cuenta de que, con los recursos que la vida hoy me ofrece, no tengo forma de entender sus acciones, ni qué haya hecho yo tan mal.

Es importante resaltar el ''tan'', porque antes que cualquiera piense que soy incapaz de ver mis errores, quiero decir que reconozco muchos de los que, hasta cierto punto, puedo arrepentirme. Ahora bien, dadas las circunstancias y mi vulnerabilidad emocional, considero que no se me presentaron demasiadas oportunidades para hacer las cosas mejor de lo que las hice. Entre los pocos amigos con los que he charlado algo sobre el tema, más de uno me ha dicho que le cuesta imaginar cómo soporto tanta ansiedad. ¿Quién dice que la soporto, de todas formas? Con algo de humor recuerdo que de chiquito ''ansiedad'' me sonaba a ''ancianidad'', y últimamente me siento viejo, apagado, frío.

Por otra parte, aún buscando respuestas, intento ponerme en el lugar de estas personas. Es evidente que no puedo hacerlo, porque sus reacciones de este año me llevan a pensar que no las conozco lo suficiente. Como sea, intentarlo me ayuda a calmar mis emociones y evitar mandarme más y peores cagadas. A pesar de que pienso demasiado (no es noticia nueva) y eso muchas veces puede llegar a hacerme mal, también controla al ser impulsivo dentro mío que intenta salir a la fuerza, cuando otros me tiran mierda. Me genera un insoportable dolor de cabeza, pero me trae una relativa calma, porque la violencia no sabe dominarme.

Soy optimista. Un buen amigo me dijo una vez algo que le gusta de mí es que siempre le encuentro el lado positivo a las cosas. Acto consecutivo me confesó que algo que no le gusta de mí, es que siempre le encuentro el lado positivo a las cosas. ¿Será que hay cosas sin lado positivo? En física me explicaron que, a fin de cuentas, los monopolos sí existen, sólo que no se han encontrado. A lo mejor este concepto se aplica también a la vida de cada día, y pueden existir, después de todo, situaciones de las cuales no haya nada que aprovechar. Ahora bien, soy muy orgulloso, y sigo rechazando la idea de que no todos los días haya algo nuevo que aprender. Lo que sí puedo aceptar, a lo sumo, es que se den ocasiones en las que olvidemos algo, y sin necesariamente aprenderlo (porque ya lo sabíamos), nos encontremos recordándolo. Reitero: estoy convencido de que no existe tal cosa como una mala persona, sino que todos somos buenos por naturaleza, y algunos sólo necesitan que alguien se los recuerde.

Y siento un pinchazo que me dice: ''che, la convicción es una idea muy fuerte''. Sin duda alguna. ¿Cómo puedo estar convencido de algo, entonces, dado el cambiante mundo en el que vivimos? Pues este mundo me sigue hablando día a día y me da cachetazos para que no afloje en el momento justo en el que estoy a punto de dejar de intentar levantarme. Un amigo que, más allá de la distancia, me manda un mensaje de cariño y me invita a sostenernos el uno al otro; uno que simplemente se conmueve y me acompaña en mi dolor, sin dejar por eso de hacer chistes constantemente para levantarme el ánimo; y uno más que, de la nada, me dice que siente la necesidad de decirme que me quiere y que soy muy importante para él... ¿Qué más necesito?

La cuestión que se presenta, en definitiva, es la siguiente: estas personas, ¿me tratan tan mal porque soy una mala persona, o como fruto de un dolor que no saben conciliar? Seamos optimistas. Creo que el dolor es la razón, y esa es mi razón para intentar ponerme en su lugar. El siguiente paso es, entonces, hacer cuanto de mí dependa para ayudarles a sanar ese dolor. Y el problema es que, aunque no sea mi clase de convicción, ellos están convencidos de que lo mejor es que yo esté alejado, por lo que no me acerco. Sin embargo, cuando alguno se acerca a mí, yo caigo en la ingenua ilusión de que tienen buenas intenciones e intento generar un espacio de conversación en el que se pueda aclarar todo. La respuesta que recibo es un ataque tras otro, y lo que parece ser un boludeo. Parece que, a pesar de mi empeño por aclarar y solucionar todo, ellos prefieren confundirme más. Después de ésto, ¿qué me queda por hacer? Pues seguir creyendo que un buen día se atreverán, cuanto menos, a marcarme mis errores...

Mientras tanto, ¡a brillar se ha dicho!