lunes, 16 de enero de 2012

Corazón Marcado

En unas cuantas horas se van a cumplir dos meses desde que me di cuenta de algo importante. En el momento me hizo increíblemente feliz. Me marcaron con un flechazo como nunca había recibido. Era algo que había negado durante un buen tiempo por tal o cual razón (de gran peso), y una vez que pude aceptarlo me sentí libre. Realmente me quemaba por dentro, y logré abrazar ese calor, pero cometí un error gravísimo: tardé demasiado tiempo.

¿Alguna vez comenzaste una lucha que sabías perdida de antemano? A mí me suele pasar. Por supuesto esa seguridad de perder está en el inconsciente, pero siempre sabe abrirse paso para darte un cachetazo con un ''te lo dije''. Algo que me ha caracterizado desde chiquito, y no exactamente para bien, es mi orgullo. Tengo que reconocerlo, es un punto débil. Si bien me ha ayudado a superar alguna que otra situación, no puedo festejarlo, especialmente porque me ha hecho perder muchas luchas conmigo mismo. Más de una vez me he frustrado por demostrarme que tenía razón sobre algo que no quería aceptar.

¿Cómo decirle a tu corazón qué sentir? ¡No se puede! Con 20 años debería saberlo. Y sin embargo estaba convencido de poder lograrlo. Tengo la gracia de tener personas a mi lado que me dicen que tengo un corazón grande. Suena bastante lindo, pero a veces lo que tiene de grande (suponiendo que así sea), lo tiene de torpe. Si la vida es una sucesión de puertas que se abren, el muy boludo se la pasa chocándose con los marcos. Algunas veces es por las ansias de cruzar rápido, y otras simplemente por miedo a ver qué hay del otro lado. Sea como sea, se llena de golpes.

Tengo miedo. La vida intentó explicarme aquello que vislumbré un primero de Febrero por varios meses, y yo no quise escucharla. Ahora me está hablando de nuevo, y me dice que me la tengo que jugar, pero no puedo, o no quiero. Yo y mis promesas. Lo peor es que uno se toma a pecho las promesas y se pasa la vida defendiendo la verdad y el compromiso, para que al momento de la verdad haya personas (a las que uno les había abierto el corazón) que dan vuelta la cara y no se animan a creer.

A lo mejor es culpa mía. Mi orgullo debe haberme cegado frente a la realidad de que no inspiro tanta confianza como me gustaría. O quizás soy hipócrita, y estando convencido de poder decir sin titubear que siempre digo la verdad, por haber hecho una promesa y por creer en ella, en realidad no hago otra cosa que mentirme a mi y a los demás con una imagen que no muestra mi verdadero yo. Por muchos años creí, después de todo, que una forma de protegerme era abrirme sólo a personas que muestren interés por conocerme. No puedo desechar la posibilidad de no haber superado esa idea.

Lo sé, pienso demasiado. O tal vez sólo pienso mal. Me han planteado varias veces que buscar estar bien uno, en vez de priorizar todo el tiempo el bien de los demás (siendo que eso suele implicar dolor), no es egoísta. Lamento confesar que respondo con ''el sí de los locos''. Lo cierto es que no me interesa darme permiso para equivocarme. Supongo que después de todo soy egoísta en ese sentido, ya que me gusta estar en paz con mi conciencia, y ella está tranquila mientras defienda la verdad y el sacrificio. No piensen por un segundo que es algo admirable, porque aceptar con gusto el dolor no lo es. ¿''León masoquista''? No lo creo. Aunque es verdad que por el orgullo encajo bien en el cuadro. ¿O será en el marco? Y ya que estamos me entra la duda. ¿Llegará el día en que después de tantos golpes mi corazón rompa algún marco? Realmente no quiero una respuesta inmediata. Lo más probable es que todas estas preguntas sean parte de otra batalla ya perdida.

Lo sé, esto no parece otra de mis notas, pero empiezo a creer que mostrarse siempre fuerte es algo cobarde. Si llego a conmoverme tanto con personas que no tienen miedo de mostrarme su dolor, debería intentar lo mismo alguna vez. Y a lo mejor parece muy egoísta por mi parte querer conmover a aquellas personas que amo, pero alguien me dijo que no está mal pensar en uno de vez en cuando. El dolor me ha ayudado a crecer más de una vez, y hoy me reconozco más egoísta que nunca, porque prefiero que el boludo de mi corazón siga chocándose y le duela, a que lastime a otras personas. Yo y mis propósitos. Lo más curioso de todo es que mi corazón ya no es mío, y parece estar enmarcado en una repisa de recuerdos.

Dos meses... Cómo pasa el tiempo, ¿no?