lunes, 12 de diciembre de 2011

Aunque Duela

Hace exactamente un año escribí que en lo que se supone sea un día como cualquier otro, todo puede pasar. Es super curioso que haya sido hace exactamente un año, y es curioso lo que hoy me toca vivir, sin dudas. El otro día, charlando con una familia amiga, que me ve triste, les explicaba que aunque la vida se la pasa cagándome a piñas, yo me la banco como puedo, pero que en algún momento una gota puede colmar el vaso. Resultó ser más literal de lo que yo creía.

Me levanté como cualquier otro día, agarré el almuerzo y fui a tomarme el colectivo para ir a trabajar. Como de costumbre, llegué unos quince minutos temprano y, como de costumbre, esperaba en la puerta del local a que llegara alguna de mis encargadas para abrir. A media cuadra hay un ''boliche'' ultra cabeza que cierra tarde, y siempre se ven dando vueltas a los que salen de ''bailar''. Algún que otro día se acerca uno con un perfume particular pidiendo plata para comprar más alcohol o pidiendo un pucho, pero la realidad de que no fumo ni tengo un peso para darles, hablando con respeto, los aleja sin mayor problema. Para terminar de ilustrarles la situación, les cuento que tengo la costumbre de mirar a los ojos a todas las personas que me cruzo, tratando de reconocerlos como semejantes. Resulta ser que a algunas personas no les gusta dejarse reconocer.

Esta mañana pasaron por la puerta dos muchachos trigueños de alrededor de 28 años y empezaron a preguntar qué estaba mirando yo. Por supuesto les contesté que nada, que solo estaba esperando para entrar a trabajar, y estaba todo bien. Sin embargo, parece que estos muchachos (alcoholizados o drogados, no termino de saberlo bien) buscaban pelea. Yo traté de calmarlos de buena forma, pero insistían, y uno se acercó para pegarme. En cuanto lo frené, el otro me pegó en el cachete izquierdo. Lo abracé y empujé, mientras el primero se acercó nuevamente y pude frenarle un puñetazo. Salí de la puerta del local y empecé a caminar pensando que quizás, al no reaccionar ante su agresión, se aburrirían y se irían. Para mi sorpresa, un puñetazo en la nuca me probó lo contrario. Mantuve la calma (quizás con alguna puteada de por medio) y seguí sin responder físicamente. Crucé la calle y me siguieron, agarré a uno de los brazos y el otro se acercó corriendo a pegarme, pero me moví un paso y se tropezó con mi pie para caer al suelo. Aún forcejeando, el otro se levantó y la cosa se volvió algo confusa. Tratando de soltarme y alejarlos, recibí un codazo (creo) en el pómulo derecho, y luego un puñetazo en la nariz. Después de eso, un hombre de seguridad del café que se encuentra enfrente de mi trabajo los frenó y se fueron corriendo.

Para ser honesto, cuando comenzó todo pensé en calmarlos a los golpes yo mismo. No me habría costado demasiado, a pesar de ser dos. Sin embargo, no parecía tener sentido, ya que me traería más problemas. Además, no lo sentí correcto. Observé, como tantas otras veces, una pelea entre mi cabeza y mi corazón. El primero, hasta cierto punto me decía lo que cualquiera haría. El segundo, como suele hacer, me mostró el buen camino y la caridad.

La policía logró agarrar a uno, y me llevaron a la comisaría para declarar. Decidí no presentar denuncia porque los trámites significarían un dolor de cabeza para mí, sin influir demasiado en ellos, salvo quizás para alimentar un rencor que podría resultar en que vuelvan a buscarme algún día. Una constancia de lo ocurrido es todo lo que necesitaba para calmar mi conciencia. Lo más probable es que, así como jamás los había visto, jamás los vuelva a ver. La mañana continuó con una suma de trámites largos y, siendo que todo esto pasó aproximadamente a las 6.50 am, terminé llegando a mi casa apenas a eso de las 13.15.

Lo primero que uno piensa es: ''¡Qué mala leche!''. Lo cierto es que no me sorprende demasiado. Suelo tener, en promedio, un accidente memorable por año, y muy mala suerte en general. La buena es que siempre la saco barata, y hoy no fue diferente. Podría seguir pensando: ''Y la vida sigue cagándome a piñas, nomás''. Sin embargo, me encanta poder sacarle lo bueno a cada cosa que pasa en mi vida, y este caso no es la excepción. Por un lado, vengo con cansancio acumulado, y estos días sin trabajar, hasta que me den el alta, me van a servir de un relativo descanso. Por otra parte, y es algo más que importante para mí, es que si en una situación de este estilo supe controlar mis impulsos y no respondí al ataque, es porque la violencia no sabe dominarme.

Pueden llamarme loco, idiota o soñador. Hoy puedo decir, a pesar de los golpes y la hinchazón, que hacer las cosas bien, aunque duela, me hace sentir mejor.