lunes, 10 de octubre de 2011

Pista I

Empezaba a caer la noche. El horizonte, mientras el sol se ocultaba, tomaba un tono violáceo o rosa muy particular. Se levantaba viento frío, de esos que logran atravesar cualquier prenda de ropa y llegan hasta los huesos para ponerle a uno la piel de gallina desde los pies hasta la nuca con un temblor. Cuando el último indicio de sol desapareció, sin embargo, el ocaso se transformó en una noche muy estrellada de pocas nubes, y la luna brillaba con todo furor.

''Hoy es el día'', pensó él, ''Si no tomo el riesgo ahora, me voy a arrepentir por siempre''. Era extraño. Siempre había tenido problemas para confesarle sus sentimientos a las mujeres por las que había caído enamorado, pero en esta ocasión sentía que era una cuestión de vida o muerte. Con una sonrisa robada por la luna, dio el primer paso bajando de la vereda a la calle y comenzó a caminar.

A medida que las cuadras pasaban, su cabeza daba miles y miles de vueltas, imaginando cientos de posibles conversaciones que harían perfecto al momento. ''Si le doy primero un abrazo y luego la miro a los ojos, quizás no haga falta decir nada. Pero, ¿cómo consigo que me de ese abrazo?'' En el fondo sabía que las posibilidades de que todo saliera como él deseaba eran de lo más remotas, pero a veces no podemos evitar aferrarnos a las mínimas esperanzas que palpitan en el pecho, más que en la cabeza. ''¿Y si no está en su casa? ¿Qué hago si justo salió? No me voy a animar otro día. Pero tiene que estar. Yo sé que está''.

Cada paso era como correr persiguiendo a un tero: nadie más que el que lo hace entiende la razón de hacerlo. Pero el movimiento era también cada vez más ligero, como si una cierta urgencia lo apresurara. ''Ya llegamos, ya llegamos. Unos metros más y otra cuadra y la encaro''. Pero al girar en la esquina quedó paralizado al...

''Toc toc toc'', sonó la puerta, y levantó la vista. Volvió la mirada al libro y siguió leyendo.

Pero al girar en la esquina quedó paralizado al ver el edificio en llamas...

''Toc toc toc''. -Dale boludo, abrime que me estoy cagando de frío.

Se levantó y abrió la puerta. -¿Contento? Me hiciste perderme.

-Uh, perdón. ¿Qué estás leyendo? ¿Ta bueno?

-No sé bien que es. Lo encontré en una caja que tenía cosas de mi viejo. Le falta la tapa, así que no sé ni como se llama, pero está interesante la cosa.

-Mirá que loco. Metele pila entonces. Viste que dicen que a los libros viejos no hay que dejarlos por la mitad porque te pueden pasar cosas raras.

-¿Quién dice eso?

-Que sé yo. Dicen por ahí.

-Jaja, sos un ganso. ¿Hablaste con los chicos? ¿Qué sale al final?

-Sí, hablé, pero viste cómo son. Ahora le caemos todos de sorpresa a alguno y vemos qué pinta. ¿Te prendés?

-Dale. Vos andá yendo y me mandás un mensaje para decirme donde caigo. Yo me pego una ducha, hago un par de cositas y voy.

-Buenísimo. Nos vemos en un rato.

Así fue. Se bañó, se afeitó y se preparó un café con leche. Después de comer unas galletitas y cepillarse los dientes, le llegó el mensaje. Estaba listo para irse, pero el celular estaba al lado del libro, y le picó la curiosidad.

-¿Dónde estábamos? Ah, sí, acá.

''Ya llegamos, ya llegamos. Unos metros más y otra cuadra y la encaro''. Pero al girar en la esquina...

''Clic''. Se cortó la luz.

-¡Me estás jodiendo! Bueno, fue. Lo termino otro día.

Se levantó, manoteó la campera, y alcanzó la puerta chocándose una silla. Al cerrar la puerta sintió ruido de pasos dentro del departamento. Se le erizó la piel.

-Ya me estoy volviendo loco. Tengo que dormir más. Mañana no salgo y listo.

Cerró con llave y empezó a caminar hacia lo de su amigo. Cuando estaba por la esquina le pareció escuchar un llanto proveniente de su casa, pero lo atribuyó nuevamente al sueño.

Como suele pasar, al caer de sorpresa no hubo demasiado quórum. Esa noche no abría nada para ir a bailar, y tampoco tenían tantas ganas de salir. Terminaron siendo los mismos seis de siempre jugando unos trucos, tomando unas cervezas y riéndose a carcajadas de chistes internos. A eso de las 4 decidieron irse cada uno por su lado. Dos se fueron con sus respectivas novias; uno ya se había tirado a dormir en la cama del hermano del dueño de casa; el dueño de casa se fue a dormir apenas lo despidió a él; otro se tomó un remis. Él, por su parte, no tenía tanto sueño, ya que el café con leche había hecho efecto, por lo que pensó que podría terminar su cuenta pendiente con el libro.

La noche estaba muy fría, pero al menos no había humedad. Al levantar la cabeza y ver ese sin fin de puntitos brillantes en el cielo oscuro, pensó que sería lindo apreciarlos acostado un rato en el banco de una plazita, y no se equivocó. Estuvo cerca de media hora tan sólo observando, y pensando en las cosas que le andaban pasando esos días. La facultad lo estaba consumiendo bastante y ansiaba que llegaran pronto las vacaciones. También pensaba que sería interesante conseguir trabajo por la temporada, para no generarle tanto gasto a sus padres. Por otro lado, no dejaba de pensar en esos ojos que lo habían flechado hacía una semana. Pensó que el miércoles podría ir a tomar mates y charlar un rato. Quizás pasaba algo más que sólo charlar, ¿quién sabe?

Disfrutó del momento al máximo, pero cuando empezó a temblar por el frío se dio cuenta que era tiempo de volver al departamento. El efecto del café ya se había ido, y empezaban a pesarle los párpados. Se dijo a sí mismo que sólo faltaban dos cuadras y una escalera, lo que le dio fuerza para unos pasos más. Pero al girar en la esquina se quedó paralizado al ver el edificio en llamas...

Pestañeó dos veces, se pasó las manos por los ojos y miró de nuevo.

-¡Uh! Fue un delirio nomás. Por algo hace rato no tomaba.

Soltó una risa cortada y siguió caminando. Tuvo un escalofrío al pasar por el poste de luz que titilaba, porque escuchó nuevamente el llanto de hacía unas horas, pero al quedarse quieto un minuto volvió a convencerse que eran efectos del sueño. Sacó las llaves y abrió la puerta. Se sacó la campera y prendió la luz, que ya había vuelto. Pegó un salto y sintió cómo su pecho se agitó al ver a un joven de su edad sentado en su cama mirando el libro.

Se pasó las manos por los ojos y sacudió la cabeza, pero el joven no se fue. Pensó en pellizcarse, pero era muy real para ser un sueño. Recordó las palabras de su amigo. Con el corazón en la boca se atrevió a preguntar.

-¿Quién sos? ¿Qué hacés en mi casa?

El joven levantó la cabeza y le dirigió la mirada. Tenía los ojos vidriosos, y unas lágrimas rodaban por sus mejillas.

-Era el amor de mi vida. Lo sé. Nunca voy a entender cómo empezó ese fuego. Nunca voy a entender por qué la vida me la quitó. Cuando vi el edificio en llamas no pude moverme por cinco minutos. Todo lo que había pensado, todo lo que había soñado...se había esfumado de un momento a otro.

Él no podía creer lo que estaba viendo. El joven le recordaba un poco a él mismo.

-Ahí entendí que ya nada importaba, así que fui corriendo hacia el edificio. Tenía que encontrarla. Tenía que salvarla. Los bomberos me dijeron que no entrara. Me dijeron que si había alguien adentro ya no había caso. Quisieron detenerme, pero me solté y entré corriendo. Casi no había aire, y el que había me quemaba la garganta. Pero tenía que encontrarla. Subí como pude las escaleras, y me horroricé al ver a un hombre muerto, con una viga prendida fuego sobre su espalda. Pero tenía que salvarla. Llegué a su departamento y me quemé con la perilla. Fue estúpido querer abrirla, lo sé, pero no estaba pensando bien. Ya nada importaba, sólo quería encontrarla. Le di una patada a la puerta y se vino abajo. La busqué en su cuarto, pero no estaba. Me fijé en el baño, y tampoco. Revisé cada rincón de la maldita casa, pero no la pude encontrar.

Las lágrimas ya eran un flujo constante sobre el rostro del joven, y al llegar a su barbilla caían pesadamente al suelo.

-Ahí corrí hacia el balcón. Quizás estaba tratando de escapar por el techo. Y cuando giré la cabeza al fin la vi, colgada con una mano de la cornisa. Su mano se soltó y empezó a caer. Me lancé corriendo y la agarré. La miré a los ojos y le dije que la tenía, que ya no tuviera miedo. ¡Pero no fui fuerte! Intenté con toda mi voluntad levantarla, pero la falta de aire me había debilitado, y mis brazos no respondían bien. Le dije que no se soltara, que trepara por mi, que todo iba a estar bien. Ella sabía que estaba mintiendo. Sus ojos siempre podían leerme más allá de cualquier cosa que dijera. Y empezó a resbalarse.

A esta altura cada palabra que el joven pronunciaba se oía entrecortada, y su llanto era inconsolable.

-Empezó a resbalarse, y no pude hacer nada. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué no fui fuerte?! No pude sostenerla, y nunca nada me dolió tanto como esa última mirada. Pero tuve que girar la cabeza. No pude verla chocar contra el piso. Habría sido demasiado.

El joven se llevó las manos a la cara y siguió llorando unos minutos. Él también se había emocionado, y no podía entender lo que estaba pasando, pero seguía inmóvil.

-Lo último que recuerdo es que unas personas gritaban desde la calle que saliera del edificio, y que el balcón se desprendió. ¿Ahí es que morí, verdad?

Él no supo qué decir. Todo era demasiado real. El joven, secándose unas lágrimas, lo miró fijo a los ojos y le dijo.

-Pero por tu expresión puedo decir que no lo sabés. No quisiste terminar de leer mi historia.

El rostro del joven cambió radicalmente de mostrar dolor a mostrar odio, y se acercó hacia él.

-¡Esperá, esperá! ¡Yo traté de terminarlo, no fue mi culpa!

Pero el joven no parecía escuchar nada y lo levantó del cuello.

Se despertó más sobresaltado que nunca. Miró hacia todos lados, tratando de entender algo de lo que había sucedido. Estaba en la plaza, y ya aparecían algunos indicios del amanecer. Después de todo, sí había sido un sueño. Pero había sido tan real...

Se tomó 5 minutos sentado en el banco para tranquilizarse, y fue lo más rápido posible a su departamento. Entró conteniendo el aire y lleno de temor. Respiró nuevamente al ver que el joven de su sueño no estaba. La silla en el suelo; la taza sucia; el libro en la cama; todo estaba exactamente como lo había dejado. Enseguida se acostó y se propuso terminar de una buena vez el libro.

''Ya llegamos, ya llegamos. Unos metros más y otra cuadra y la encaro''. Pero al girar en la esquina quedó paralizado al ver el edificio en llamas... Una presión enorme le apretó el pecho, pero al fin fue corriendo para encontrarla. Preguntando por aquí y por allá, se sorprendió al escuchar su nombre. Volteó, y ahí estaba, con sus bolsas del mercado. Pegando un salto la abrazó como jamás había abrazado a nadie, mientras ella soltaba las bolsas para hacer lo mismo.

Así continuó leyendo y llegó a la última página. Ese libro resultó ser un borrador que había escrito algún amigo de la familia acerca de cómo se habían conocido sus bisabuelos. A continuación estaba escrita la historia de sus abuelos, y luego la de sus padres. Quedaban aún muchas hojas en blanco.

Unos días después su madre le explicó que era una suerte de reliquia familiar. Él le comentó todo lo que había experimentado con lujo de detalles, y mencionó lo que su amigo le había dicho acerca de los libros viejos.

-Y en parte tiene razón –dijo su madre sonriendo-. No es correcto dejar libros, ni ninguna otra cosa, por la mitad. Pero tampoco te dejes llevar tanto por lo que dicen los demás. Es mucho más importante saber que nadie conoce, ni te puede decir, qué es lo que sigue en tu vida. Ni siquiera alguien en un sueño. Y éste es el sentido de nuestro querido libro. Ese libro cuenta tu historia, cómo es que hoy estás acá, fruto del amor. Puede ser que te equivoques muchas veces, y llegues a arrepentirte de algunas cosas. Puede ser que pases por muchos momentos de dolor. Pero cuando no te sientas fuerte, cuando sientas que metiste la pata hasta el fondo, recordá que dejarte caer por completo o retomar el camino, es una decisión tuya. Nadie puede determinar tu desenlace, porque a fin de cuentas, vos sos el único capaz de escribir esas páginas en blanco.