lunes, 20 de febrero de 2012

Ese silencio...

Con la tecnología que nos rodea por momentos parece ser que perdemos algo de comunicación. En algún momento si querías hablar con alguien realmente hablabas por teléfono. Ahora los mensajes de texto e Internet reemplazan el verdadero ''escuchar'' lo que el otro tiene para decir. No estoy criticando. Yo hago buen uso de estos medios, y en ocasiones son sumamente útiles, pero sigo prefiriendo el sonido de la voz de la persona con la que quiero hablar, y si hay unos mates de por medio, mucho mejor. Sin embargo, y por más que se busque, no siempre es tarea sencilla hallar el momento para hacerlo. Entonces cobran sentido, de algún extraño modo, las pantallas y las teclas.

Parece estúpido estar frente a una pantalla y simplemente pensar, sin saber qué hacer, pero en alguna que otra ocasión el solo hecho de saber que alguien más está del otro lado, reconforta. Aunque no sea como estar juntos físicamente, con un poco de esfuerzo se puede adivinar a la otra persona escribiendo, e imaginando esa conversación en otro lugar y con esos mates; sentir sus silencios y sus pensamientos, de cierta forma, como si se estuviese cara a cara.

Y es super curioso caer en cuenta de todo lo que dice aquel silencio. Porque uno puede pasarse minuto tras minuto perdiendo la noción del tiempo tecleando y tecleando, sin decir mucho, pero ese silencio... En ese silencio tu cabeza trabaja como nunca, se cruzan un millón de cosas para decir que puedan dibujar una sonrisa, y eso te hace sonreír a vos. De la misma forma, ese silencio, esa pausa, quizás indica que a la otra persona le pasa exactamente lo mismo. Ese silencio conecta, une, a través de una pantalla. Qué loco, ¿no?

Más curioso es todavía, creo yo, que no hagan falta las pantallas. Por momentos al caminar solo por la calle, yendo a donde sea, puedo sentir a alguien al lado mío. A lo mejor no, y es pura imaginación o locura, pero me gusta pensar que así es. Me gusta olvidarme de todo el aparatejo e incluso de todas las razones que evitan ese encuentro con la persona que quiera ver, y hacer de cuenta que estamos conversando en cualquier momento del día, en cualquier lugar, y sobre cualquier cosa. Me gusta encontrarle el sonido y la música de fondo al mundo.

Soy raro, lo sé. Disfruto mucho de realizar diferentes y extraños planteos acerca de todo lo que pueda, para intentar alcanzar una visión más amplia de la vida. Eso provoca, muchas veces, que mis ideas no estén de acuerdo con las del común de la gente. Por ejemplo, muchas veces he escuchado, e incluso dicho yo mismo, que es muy importante saber que, para ayudar o querer a otras personas, hay que estar bien y quererse uno, en primer lugar. Sin embargo, hace poco me di cuenta que realmente no creo eso, sino que estoy convencido de que, al contrario, para poder estar bien y amarse uno, es necesario amar a los demás. Tengo la certeza de que uno puede encontrarse a sí mismo únicamente en la mirada de alguien más. Así es que la razón por la cual podemos ver nuestro reflejo en los ojos de otras personas, es porque realmente estamos ahí, dentro suyo, y ellos dentro nuestro.

Supongo que de esta manera cobra algo de sentido el poder sentir (o aunque sea, creer sentir) lo que otro siente o piensa, incluso estando separados físicamente. A lo que le llamamos intuición, o simple impresión, es en verdad común-unión. Por lo tanto, puedo asegurar que, haya o no pantalla y teclado, haya o no un encuentro cercano, haya o no una llamada telefónica, alguien allá afuera encuentra luz y calor (o una suave lluvia que acaricia) al pensar en mí, porque yo encuentro eso mismo al pensar en personas que no me hacen sentir amado, sino que me hacen saber amado, y así iluminan mi vida, día a día.

Ni una carta, ni una sonrisa, ni una lágrima; ni un regalo, ni un abrazo, ni el insomnio de los dos. Sólo necesito, y digo todo en una rima, oír en el silencio el sonido de tu voz, que brota de tus ojos, huele a flores en otoño, acaricia en un suspiro y sabe un poco como amor.